Recopilación de testimonios durante la crisis del coronavirus de profesores que mandan mensajes a su alumnado, relatan sus vivencias, sus reflexiones durante la situación que hemos vivido. Estos son algunas de ellas.
Carta de una profesora agotada: «Estoy cansada de sentir que el objetivo que tienen no es aprender sino aprobar»
«Fui utópica cuando sentí que este aislamiento social nos iba a hacer mejores, que las ganas de abrazar que teníamos nos iba a hacernos sentir cerca pese a la distancia, que los estudiantes iban a mirar al futuro con ganas de mejorar»
Creo que es la primera vez en veinticinco años como docenteque siento el desasosiego, que no tengo ánimo suficiente para abrir la plataforma y leer los mensajes de los estudiantes, que no tengo desviados los avisos al correo personal, y es porque necesito volver a construirme esa pequeña burbuja de cristal transparente donde proteger mi pequeño espacio personal.
Supongo que fui utópica cuando esto empezó, cuando sentí que este aislamiento social nos iba a hacer mejores, que las ganas de abrazar que teníamos nos iba a hacernos sentir cerca pese a la distancia, que los estudiantes iban a mirar al futuro con ganas de mejorar y cambiar el mundo, porque solo en ellos está nuestro futuro. Pero eso fue, una utopía que poco a poco se fue diluyendo como una tenue brisa que ya no está.
Aquel espíritu inicial nos hizo dar lugar a una sobrecarga de trabajo intentando buscar cercanía en el cable de la red, siempre sabiendo que era esta una situación forzada y quizá pensando que iba a durar menos de lo que realmente ha sido.
Nuestros mensajes a los estudiantes intentaron transmitir cariño e interés por sus personas queridas, desde una distancia en la que no sabíamos cómo estaban, ni si estaban sufriendo una pérdida o una enfermedad. Sus respuestas, sin embargo, transmitieron exigencia hacia nosotros, una sensación de que debíamos dar infinito, por si no era ya suficiente abrirles las puertas de nuestra casa, porque ahí estábamos cada semana, mi marido, mis hijos y las decenas de estudiantes que se asomaban al salón de mi casa, al lugar que en otro tiempo fue mi refugio.
Estoy cansada, cansada de sentir que el objetivo que tienen no es aprender sino aprobar, y si puede ser con poco esfuerzo, tanto mejor. Pero en el fondo lo que más me duele es la tristeza al sentir que he perdido la emoción por enseñar, que me han robado el ansia de aprender.
Quiero, sin embargo, terminar mi carta con una petición de disculpa a esos pocos estudiantes, muy pocos, que han sido correctos, que se han preocupado por preparar con mimo e ilusión sus tareas, que tuvieron alguna palabra capaz de sacarnos una sonrisa. Ellos, sin saberlo, consiguieron que conservásemos un hilo de energía para terminar el curso.
* Blanca Arteaga-Martínez es profesora y vive en Madrid.
La carta viral de un profesor a sus alumnos: «No os agobiéis. Es momento de aprender grandes lecciones, no matemáticas, física o literatura»
Sergio Calleja, docente de filosofía, recuerda a sus estudiantes que lo están «haciendo muy bien». Y les recuerda que los profesores, por muchos deberes que manden, «no quiere decir que estemos enseñando, mucho menos significa que estemos educando»
Carta de un profesor: «En menos de 48 horas pasamos de la enseñanza presencial a una escuela online»
«De la noche a la mañana hemos buscado nuevas metodologías, y nos estamos formando sobre todo en nuevas tecnologías, utilizando siempre medios y recursos propios»
Soy profesor. En la fase 2 en la que hemos entrado empiezo a encontrarme con gente por la calle. A mí esta fase de momento me ha servido para que varias personas me digan: «¿Sigues de vacaciones, no?».
Yo creía que la gente había cambiado con el confinamiento, pero no es así, seguimos igual. Nuestro trabajo sigue sin estar valorado y ahora parece ser que estamos en casa de vacaciones, pasando el rato.
Qué vaya por adelantado que en ningún momento de esta horrible situación me he creído ni sentido un héroe. En esta pandemia los héroes y las heroínas están claros, son los que van de blanco y están cuidando de todos nosotros enfrentándose cara a cara a este maldito virus.
En esta situación me siento afortunado por poder trabajar en casa, cuidar de mis tres hijos y cumplir con las medidas sanitarias que nos piden. En resumen, intento ser responsable para ayudar poniendo mi granito de arena.
Lo que tengo clarísimo, y os puedo asegurar, es que ningún maestro o maestra está de vacaciones y todos lo podemos ver en nuestros claustros. Es admirable el gran trabajo y esfuerzo de todos los compañeros.
En primer lugar, los docentes fuimos capaces de darle la vuelta al sistema educativo. En menos de 48 horas pasamos de la enseñanza presencial a una escuela online de garantías desde el minuto uno. Yo no he oído a ninguno protestar por este cambio, respondimos con profesionalidad y mucha, mucha responsabilidad.
Todos vimos claro lo de cerrar los colegios y quedarnos en casa para salvaguardar la salud de nuestros niños y niñas, pero del mismo modo sabíamos lo importante que es la educación y que teníamos que llevar el colegio a los hogares. Así lo hicimos.
Ahora seguimos con la misma mentalidad de esos primeros días y con las mismas metas, seguimos con nuestro trabajo desde casa, seguimos impartiendo clases y mandando tarea, manteniendo ese importante «feedback» día a día, prestando nuestra ayuda a cualquier hora y sin sábados ni domingos. Además estamos trabajando con instrucciones poco claras y cambiantes, añadiendo el mismo papeleo de siempre.
Aparte del aumento de horas también han aumentado nuestras funciones. Los docentes nos hemos convertido en apoyo de alumnado y familias, un apoyo cercano y de corazón, un «estoy aquí para lo que quieras».
Además de la noche a la mañana hemos buscado nuevas metodologías y recursos, y nos estamos formando sobre todo en nuevas tecnologías, utilizando siempre medios y recursos propios: ordenadores personales, móviles, todo ello para ofrecer la mejor respuesta educativa a nuestro alumnado, que se lo merece.
No sé vosotros, pero yo no voy a esperar a la siguiente fase para responder. A partir de ahora no me callaré, y diré fuerte y claro: Soy maestro y sigo trabajando desde casa, sigo pendiente de mi alumnado y de mis familias y llevando el cole a casa. Tengo el mejor trabajo del mundo y estoy súper orgulloso. Somos el motor del camino. Todo va a salir bien.
* Javier Ortiz Pérez vive en La Roda, Albacete.
Carta de una profesora por las quejas acerca de las clases online: «Es el momento de ver lo bueno, de ver el esfuerzo»
«Entiendo que todos deberíamos apelar a nuestro sentido común, a nuestra capacidad de flexibilidad y a buscar la intención de hacer bien las cosas»
Acabo de leer el testimonio de un sanitario que explica lo desbordados que se sienten con las clases online los padres que durante esta pandemia han seguido trabajando fuera de casa mientras los profesores han mandando sus tareas, cada uno como ha podido, sin horarios y de forma anárquica en la mayoría de los casos.
Yo puedo hablar como profesora y como madre, y entiendo perfectamente ese testimonio. Entiendo que de la noche a la mañana nos hemos visto obligados a llevar a las casas de cada uno de nuestros alumnos las clases que les dábamos físicamente, unos dominando más las tecnologías que otros, algunos con gran desconocimiento de la mayoría de recursos que nos ofrecen las clases online y otros grandes expertos.
Entiendo que casi todos hemos ido recibiendo indicaciones contradictorias cada semana por parte de nuestros centros, porque igualmente a ellos les llegaban de la Consejería y a su vez allí desde Madrid.
Entiendo que también hemos tenido que reinventarnos, dar nuestras clases con un ordeanador, cambiar nuestra programación, buscar nuevos recursos, contestar cientos de correos de padres, alumnos y otros compañeros de nuestros equipos docentes cada día para poder crear un buen ambiente de comunicación con las familias, intentando conciliar nuestro trabajo a su vez con las clases de nuestros hijos en casa.
Entiendo que todos deberíamos apelar a nuestro sentido común, a nuestra capacidad de flexibilidad y a buscar la intención de hacer bien las cosas. Entiendo que todos hemos querido hacerlo de la mejor manera posible porque amamos lo que hacemos y entiendo que, en ese afán de hacer bien nuestro trabajo, a veces nos hayamos equivocado. Por eso es el momento de ver lo bueno, de ver el esfuerzo, de sumar, de poner energía en las cosas que se han hecho bien, en las buenas intenciones y sobre todo en la capacidad de flexibilidad tanto de profesores como de padres y alumnos.
* Angélica Arribas Puras es docente y vive en Murcia.
Carta de una profesora contagiada: «Me llena de rabia y preocupación la irresponsabilidad de unos pocos»
«Aún me acompaña la tos, el quemazón de pecho y garganta (debido a micro heridas que el bicho ha dejado por donde ha pasado), las palpitaciones nocturnas y sobre todo el miedo»
Como cada tarde a las 20 horas, después de mis aplausos, me siento en la terraza y observo el esfuerzo que, entre todos, como un gran equipo, estamos haciendo. Pero también observo, llena de rabia y preocupación, la irresponsabilidad de unos pocos, aunque quizás ellos, como lo hice yo, piensen que no les puede pasa nada.
12 marzo, 6 de la mañana, suena mi despertador. Me levanto llena de energía, tomo mi desayuno repasando mentalmente mis clases. El alumnado está preocupado, el Corredor del Henares está despuntando en casos positivos, tienen conocidos, casos cercanos, así que hoy con mis clases de Educación Física voy a hacer que disfruten, que participen y que se olviden por un rato de este caos que a todas horas está en la tele.
Más tarde, de camino a casa, reflexiono sobre lo bien que lo hemos pasado, cuánto han reído. Han puesto dispensadores de hidro-alcohol por todo el insti, no me gusta, pienso que están asustando a los chicos.
Me llaman por teléfono para avisarme de que suspenden el claustro de la tarde, en la tele dicen que los positivos aumentan. ¿Pero cómo nos va a pillar el bicho a nosotros, a un municipio de 8.000 habitantes?
Pero poco después llego a casa con mucho frío. Tengo fiebre, la cabeza me va a explotar… Y lo pienso, pero no, no puede ser… ¿Pero y si es? Prefiero esperar, no quiero colapsar las líneas, puede haber gente grave llamando. Llega la noche y comienza la tos que te desgarra por dentro. Ahora sí es el momento de llamar. Varias preguntas y el resultado: sospecha de Covid-19 y asistencia telefónica.
Fiebre, tos, dolor de cabeza, erupciones cutáneas, heridas en las manos, llagas en la boca, mareos, vómitos, deshidratación, dolor de cuerpo, ¡pero agradecida porque puedo respirar!
Y ella, a la que cada tarde van dedicados mis aplausos, no falla a su palabra y me llama y me cuida y me anima, y me alienta y me da calor. No nos conocemos, nunca he necesitado su ayuda pero ahora ella siempre estará en mi corazón.
17 de abril. Un mes y cinco días desde que empezó mi pesadilla, y su llamada: «Enhorabuena Carol, lo has superado». Deportista, dinámica, en forma, 39 años, nunca cogí ni una gripe y este bicho fue más rápido que yo.
7 de mayo. Última placa de tórax: limpia. Pero aún me acompaña la tos, el quemazón de pecho y garganta (debido a micro heridas que el bicho ha dejado por donde ha pasado), las palpitaciones nocturnas y sobre todo el miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a la soledad, miedo a las secuelas, miedo a que el bicho actúa de manera diferente en cada cuerpo, miedo a que el bicho no respete ni edad ni condición física.
Porque este partido lo vamos a ganar. Sí, eso es lo que dicen, eso es lo que se oye. Y, de acuerdo, este partido lo vamos ganar, pero no a cualquier precio, ¡demasiado hemos pagado ya! Así que unidos en el mismo juego, no olvidemos que «ningún jugador es tan bueno como todos juntos», como dijo Alfredo Di Stefano.
* Carolina Ramos Moya es profesora y vive en Getafe, Madrid.